“JESUS LES DA EL ESPIRITU SANTO A SUS DISCIPULOS”

Publicado en por Fraternidad Laical Dominicos San Vicente Ferrer

 

 

 

A la luz de Jn 20, 19-23

 

     Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: “La paz con ustedes. Como el Padre me envió yo también los envío”. Dicho esto sopló y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos”.

 

 

Palabra del Señor.

 

 

 

     Contemplamos del evangelista San Juan la primera aparición publica del Señor en medio de sus discípulos después de haber resucitado de entre los muertos, ya cuando el sol se escondía en el horizonte, los encuentra escondidos de los judíos, a puerta cerrada por temor a correr la misma suerte de su Maestro, ser aprehendidos y también crucificados. En el ambiente en que se encuentran huele a miedo y no era para menos, tres días antes ellos son testigos de la hostilidad de los judíos en contubernio con los romanos, para acabar con la vida de Jesús y lo logran, lo logran en medio de la traición, de la infamia, de la mentira, del engaño de su propio pueblo, vino a ellos y ellos lo despreciaron (Jn 1, 11).  Pero en medio de la oscuridad y ante esas circunstancias Jesús resucitado  se aparece y les desea la paz, no una vez sino dos veces, como ratificando la importancia de vivir en paz, de estar en paz y de mantener la paz; el saludo se torna un poco contradictorio dado los acontecimientos que en esos momentos se viven en toda Jerusalén, en un ambiente convulso desde el punto de vista social, político y económico; características todas que se viven en el tiempo de Jesús en la Palestina del siglo I y que se asemejan mucho a las que nosotros los guatemaltecos estamos viviendo hoy día en pleno  siglo XXI; porque al igual que aquellos discípulos hoy  todo mundo parece tener miedo, parece  que se  ha perdido la fe, la esperanza y la caridad; ante tanta cosa que esta pasando,  pareciera ser que nuestros problemas ya no tienen solución; pero en medio de la oscuridad siempre se enciende una vela, para que alumbre el camino; y de la misma forma en que Cristo se apareció en medio de sus discípulos en aquel tiempo sombrío, se aparece hoy ante nosotros, sus discípulos de la actualidad y nos dice lo mismo que dijo hace dos mil años “la paz este con ustedes” y deseo mejor y saludo más oportuno no podemos recibir hoy ante tanta cosa que nos duele del mundo, pero vivimos en el mundo y tenemos que trabajar por mantener la paz y todo lo que de ella se derive,  la paz que Cristo mismo nos ofrece.

 

 

 

     Después de ese fraternal saludo, Cristo enseña sus manos y su costado, traspasadas las primeras por los clavos de la cruz  y el costado por la punta de la lanza del romano; como queriendo decir esto es lo que ustedes necesitan para construir una verdadera paz, romperse las manos por ella, hasta que sangren de tanto trabajar, hasta que nos duela, no habrá una verdadera paz si la misma no se construye con las manos, con la mente y el corazón, uniéndolas todas desde las manos del más humilde de los campesinos, hasta  las manos del más encumbrado de los empresarios, velando todos  juntos porque  el binomio de la justicia y del derecho prevalezca siempre, trabajando y respetando los derechos humanos, para restablecer la verdadera paz en Guatemala.

 

 

 

     Recuerdo las palabras del venerable Papa Juan Pablo II al referirse a los Derechos Humanos con ocasión del 50 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos: “trabajar por los derechos humanos significa optar por la vida”. Dijo el Pontífice  y esto no solo debemos entenderlo así, sino que debemos de asumirlo como una misión de servicio y de compromiso personal con todos los seres humanos, es un primer acto de amor con el cual estamos construyendo caminos para alcanzar la verdadera paz, la paz que Cristo nos ofrece, no como la del mundo.

 

 

 

     Trabajar por la paz es trabajar por el reino del Padre de Jesús, pero para tener éxito en la tentativa de seguir  las pisadas del Maestro, engrandeciendo su reino,   necesitamos erradicar el miedo de nuestras vidas, necesitamos oler a cristiano no a miedo, angustia y zozobra, porque Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio (2ª Tm 2, 7).

 

 

 

     El Papa Benedicto XVI dijo que todo lo que es tocado por el Espíritu Santo es transformado y santificado y eso fue lo que paso aquel día cuando Cristo sopló sobre sus discípulos el Espíritu Santo,  les quito el miedo, les dio valor y los envió a predicar las buenas nuevas, a ser testigos de su resurrección en todos los confines de la tierra,  a contar todo lo el dijo e hizo, les abrió el entendimiento para que pudieran comprender todo el misterio pascual y después salieron por la misma puerta por la que entraron pero ya no para esconderse sino para trabajar por el reino, con entusiasmo y valentía, condiciones sumamente necesarias para que nosotros hagamos lo mismo que ellos hicieron hace dos mil años, trabajar por el reino.

 

 

 

     Recordemos que con nuestro bautismo recibimos al Espíritu Santo, mismo que  alcanzó su plenitud en la confirmación y nosotros que creemos en Jesús y vivimos como el quiere que vivamos mantenemos ese Santo Espíritu en nuestro interior y con El todos los bienes espirituales que nos ayudan a vivir esa vida en Jesucristo.

 

 

 

     Pero hay una condición para que también nosotros seamos tocados, transformados y santificados por el Espíritu Santo, lo primero es reconocer que somos pecadores y que ya no podemos solos, tener el firme deseo de enmendar y confesar esos pecados por terribles que los mismos sean; ya Cristo  facultó a sus apóstoles para perdonar nuestros pecados y dado que nuestra iglesia mantiene esa sucesión apostólica podemos obtener el perdón de nuestros pecados por medio del presbítero de nuestra confianza, para mantener la paz que Cristo nos viene ofreciendo, porque la paz de Cristo proviene del perdón de Dios. Nunca habrá paz entre los hombres y los pueblos, si no obtenemos el perdón de Dios, si no obtenemos esa gracia abundante en la confesión de nuestros pecados.

 

 

 

     En cierta oportunidad un grupo de hermanos visitaron a un sacerdote para orar para que el Espíritu Santo se posara en él, confundido y molesto el religioso refutó que desde su bautismo el tenía al Espíritu Santo en su interior, al escuchar esto los hermanos le pidieron entonces que por favor  les permitiera orar siempre por él para que al menos se notara que efectivamente él tenía al Espíritu  Santo en su interior.  Todos hemos recibido al Espíritu Santo en nuestro bautismo, pero lamentablemente a muchos no se nos nota porque los frutos que producimos no son acordes a la vida del Espíritu en nuestro interior. En cierta ocasión Jesús dijo que por nuestros frutos nos iban a reconocer y efectivamente es así. El apóstol San Pablo a los Gálatas les dice que los frutos del Espíritu son la caridad, el gozo, la paz, la paciencia, la mansedumbre, la bondad, la benignidad, longanimidad, fe, modestia, templanza y castidad  (Gal 5, 22-23), 12 frutos en total. ¿Con cuales de estos frutos manifestamos nosotros que somos templos del Espíritu Santo?

 

 

 

     Este domingo recién pasado la Iglesia celebró en todo el mundo  la venida del Espíritu Santo en Pentecostés y en esa celebración se recordaban las palabras de San Pablo a los corintios y decía que nadie puede llamar a Jesús Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo, pero es importante no perder de vista también que ese decir tiene que ser coherente con nuestro hacer, porque también Jesús ya había dicho antes que no todo el que le diga Señor,  Señor entrará en el reino de los cielos, si no solo el que hace la voluntad de su Padre que está en los cielos (Mt 7, 21). Preguntémonos a nosotros mismos con toda honestidad ¿Cumplimos nosotros con la voluntad de Dios todos los días de nuestras vidas? ¿Hemos sido tocados y transformados por el Espíritu Santo?

 

 

 

     Por eso hermanos en esta tarde quiero exhortarlos a que procuremos un nuevo pentecostés en nuestra vida, urge un nuevo pentecostés para que nos quite el miedo y nos de la fuerza, el valor, la libertad, la paz y  la tranquilidad que proviene del perdón de Dios,  cuanto ya  hayamos confesado todo el mal que hemos causado y no pequemos más, entonces sí Padre, Hijo y Espíritu Santo vendrán sobre nosotros y harán su casa dentro de nosotros, en el único templo en donde Dios quiere habitar, que somos usted y yo.  Que así sea.

 

 

 

 

 

 

Predicó:

José Luis Riveiro Fernández, OP

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Cobán, A.V. Guatemala, C.A. 24 de Mayo de 2010

 


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